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Tras el color de los boras

La memoria de un pueblo es una acuarela que se diluye en el altar del tiempo. No para Victor Churay, pintor  de los boras, quien creía que podría inmortalizar el destino de su maltratada tribu. Para ello, persiguió siempre al único color que el bosque le negaba: el azul. Con el que, sin embargo, acabaría fundiéndose en su temprana muerte a orillas del mar.

Las hienas del paraíso

El paraíso amazónico también ‘cayó’ por el uso indebido de un árbol. En esta ocasión, la mano que mecía la cuna fue la misma que perforó el secreto. Y esta vez no fue una historia sexista, sino una masacre tremenda, derivada de la pura avaricia. Hablamos de la tragedia que rodeó la explotación del árbol gomero de la Amazonia durante el siglo XIX y principios del XX. Una masacre callada y olvidada por el mundo.  La resina del Hevea Brasilensis (un árbol oriundo de los ríos amazónicos) se convertía, a partir de 1840, en parte de la llamarada industrializadora. Era la materia prima para fabricar ruedas de coche, pelotas, artículos impermeables. O incluso la suela de las botas. Pero tras su manufactura, se escondía una estructura genocida que avanzaba torturando y asesinando a los nativos, cuyas familias eran secuestras como garantía. 

El King Kong de la droga y el mundo de los simios

En la inclemente lucha por la supervivencia en los bosques fluviales de la Amazonia, las estrategias de supervivencia desafían los límites del ingenio y las barreras del color. Sin embargo, hay una del todo diferente. Una que llama a las puertas de la drogofilía más intensa: la disoluta vida del perezoso entre lianas. Un ejercicio de colocón intenso, que le proporcionará un camuflaje de terciopelo en su suave viaje a través del cosmos selvático. 

7.300 días y un futuro para el Pueblo Libre

El río Amazonas casi no contiene agua. Baja repleto de las caras, leyendas, masacres y pinturas de la selva, atrapadas en un remolino de vida, codicia, maravillas y muerte. Estas realidades líquidas de la historia se cristalizan entre los pilones del suburbio Iquitense de Belén. El hogar del llamado ''Pueblo libre''. Una ciudad codificada dentro de la propia capital de la Amazonia peruana donde la ONG La Restinga (''La tierra que resiste'') cumplirá 20 años, ayudando a crear un puente entre dos mundos: el del golpeado universo del río y el de la pujante metrópolis que se alimenta de la selva.

10 leyendas amazónicas para atisbar el corazón de la gran selva

La selva amazónica respira como un gigantesco ser vivo. Un cuerpo antiguo y primigenio cuyos secretos se enroscan en la noche de los tiempos y fluyen a través de sus arterias fluviales. El ser humano es solo un invitado en la gran partitura de su misterio; y su razón una rendija desde la que tan solo se pueden otear sus misterios. Un rugido que recorre la historia de la Amazonia al ritmo de leyendas y mitos tan increíbles como los mismos parajes que tallan la mayor selva del mundo.

La invasión silenciosa de la hoja de palma

Gran parte de las selvas de todo el mundo están bajo la amenaza de un enemigo discreto, pero implacable: las macroplantaciones de hoja de palma. Una palmera tropical de cuyos dátiles se obtiene un aceite vegetal, codiciado en la industria cosmética, agroenergética y alimenticia. Pequeños agricultores y grandes corporaciones están convirtiendo su extensivo monocultivo en una excavadora que se come miles de hectáreas selváticas cada año y que amenaza el equilibrio global.   

La entrada cósmica a las entrañas del imperio andino

Las afiladas paredes de arcilla roja perdidas en las cercanías al lago Titicaca (3800 msnm) se abren como aceradas cortinas ante el misterio de Aramu Muru. O cómo la llaman los lugareños: la puerta del diablo. No hay ningún circo turístico tras las formaciones megalíticas que acontecen a este yacimiento, desconocido por la ciencia hasta 1990, y que provoca una inquietud visible entre los lugareños. Sus únicos testigos objetivos son los glaciares, el lago y un altiplano de alto voltaje. La mitología inca predica que fue aquí donde el sacerdote Aramu Muru (del que toma nombre la puerta) entró en un portal, a rumbo desconocido, para esconder el gran disco de oro del Coricancha (el gran templo del sol de la capital, Cuzco) de la invasión española. Pero, los habitantes del área aseguran que el portal ya estaba antes de los incas y que era reverenciado por las culturas Pukara, Tiwanaku, los Lupacas o los Kollas. Y que su antigüedad se remonta a la etapa prehistórica.