La memoria de un pueblo es una acuarela que se diluye en el altar del tiempo. No para Victor Churay, pintor de los boras, quien creía que podría inmortalizar el destino de su maltratada tribu. Para ello, persiguió siempre al único color que el bosque le negaba: el azul. Con el que, sin embargo, acabaría fundiéndose en su temprana muerte a orillas del mar.
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