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¡Entre el niño Jesús y el asalto al mueble bar!: cómo nació el tinglado navideño


La Navidad es hoy en día una fiesta muy cachonda: todo el mundo se hace regalos; la familia se reúne y es la excusa perfecta para atracar el mueble bar. ¿Pero dónde nació todo este tinglado tan entrañable y conmovedor? ¿Realmente celebramos el nacimiento de un chavalín en un pueblo de Galilea hace 2.000 años? ¿O por el contrario estamos siguiendo un gran juego mercadotécnico que empezó hace casi dos milenios?

Hay que desempolvar los viejos tochos post bíblicos para salir del paso sobre este enigma navideño, ya que los Evangelios no datan el nacimiento de Jesús en ninguna fecha concreta. Textos posteriores apuntan que la la natividad o nacimiento del pequeño Jesús se empezó a celebrar de improvisto el 25 de diciembre, casi 200 años después de su muerte. ¿Por qué ese día, así a quemarropa? Puro marketing. 

            ¡A la hora de hacer tu Belén, procura que todo sea lo más real posible! 


La Iglesia Católica adoptó esa fecha para solapar el nacimiento de nuestro querido niño Jesús con la antigua celebración anual del Dios-Sol. Esa fiesta, que se daba en casi todas las culturas ''paganas'', celebraba el día del año en el que la Tierra recibe menos horas de Sol; el preludio cíclico de que está a punto de empezar el ciclo donde se incrementan las horas que nos regala nuestro ardiente vecino galáctico. 

De hecho, fue un culto solar dedicado al dios Mithra, que floreció en la Roma del siglo II y III, el que le dio el empujón definitivo al cristianismo, para situar el nacimiento de su profeta en el mismo día que se adoraba a esta deidad solar, de ancianas raíces. La idea era superponer el culto cristiano al otro, mediante el proceso de superposición o asimilación, que tan buenos resultados había dado y daría a la Iglesia católica siglos después. 

Llegados a este punto, lo más sensato como especie sería cuestionarse que clase de celebraciones queremos hacer. La priva, la familia y los buenos momentos nunca faltarán, pero posiblemente sea más sensato (y acorde con nuestra sociedad desarrollada) repensar estas fiestas navideñas y dedicárselas al Sol, la familia o los demás, pero no a una mentira que se ha perpetuado dos mil años.
 

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