Llamarás
jengi a los reyes de
la selva africana. Y lo tratarás como quienes realmente son:
los soberanos de la jungla. No caerás en los errores en los que
cayeron los clásicos como el historiador Heródoto,
quien selló el nombre de esta tribu como ''pigmeo'' (término que
proviene del griego pygmaios y
significa ''un codo de alto''). Porque en las junglas del centro de
África, se les conoce con el nombre de jengi ''los espíritus de la selva''. Y su nombre era sinónimo de leyendas y
poder.
Este
grupo étnico habita el área de impenetrable selva que rodea el este
de África; desde
Camerún a Burundi, pasando por los dos Congos, Gabón y la República
Centroafricana. Los arqueólogos no han encontrado su origen. ''Sólo
se sabe que los egipcios los descubrieron 4.500 años antes de
Cristo. Su silueta se encuentra en la proa de barcos fenicios, en
ánforas griegas y en mosaicos de Pompeya'', relata el periodista
francés Guy Philippart de Foy, en su libro consagrado a los pigmeos.
Se
encuentran en una situación límite
Sin embargo, la
situación actual de esta etnia milenaria de las espesuras es
límite. Sus territorios se han visto cercados por la masiva presión
deforestadora que ejercen las madereras, las explotaciones mineras y
los agricultores. La selva africana es tremendamente rica, y los
países del área encuentran en ella una fuente descomunal de
recursos para potenciar su industrialización. Esa dinámica genera
una compresión y un deterioro de los espacios que habitan y de los
que viven.
Su pequeña estatura (120-140cm) es un mecanismo de adaptación. Vía Natural Geographic.
Y
sin ellos, están perdidos. No conocen el comercio (o conocían)
y sus únicos ingresos eran la carne de la selva y los frutos de la
jungla. Privados de ellos, por la paradójica mezcla entre la
deforestación y las políticas de prohibición de caza mayor, los
llamados pigmeos se ven obligados a trabajar en las ciudades
bantúes. Allí, se ven marginados por los miembros de esta
comunidad tribal (mayoritaria del área) por su desconocimiento del
idioma y la supervivencia en la jungla de asfalto.
Su pequeña estatura (120-140cm) es un mecanismo de adaptación. Vía Natural Geographic.
Sus
opciones son un calle de difícil tránsito. Los hombre pueden
trabajar como guías para los madereros. Y las mujeres proporcionando
servicios para éstos. Servicios turbulentos. Porque en África
central existe la superstición de que acostarse con una mujer pigmea
'cura' el VIH. La necesidad extrema obliga a muchos de ellos a caer
en esta trampa diabólica; ellos se consideran parte de la selva, y
tener que trabajar para quienes se ocupan de destruirla, es una
pesada losa.
De espiritus de la selva a fantasmas de la civilización
Las
políticas de preservación de las áreas protegidas impuestas por
parte del gobierno de Camerún les han forzado a abandonar su
tradicional vida nómada e instalarse en las proximidades de los
poblados y ciudades. Allí son empleados, bajo condiciones precarias
incluso para África, por los bantúes;
quienes les llegan a pagar en alcohol por caza y frutos de la selva.
Lo hacen a través de las llamados kitokos
(pequeñas
bolsas que contienen alcoholes varios). Su consumo es muy grande.
Su
situación
es y será la misma que acabará con África: las tierras
ya están vendidas. El exponencial aumento de la población ha
disparado el interés de los inversores sobre el mercado de los
alimentos. Y su medio de producción: la tierra. Los gobiernos africanos
reciben con los brazos abiertos a los inversores de China,
Arabía Saudí, o India (entre
muchos otros) que quieren equilibrar su balanza comercial, rebajando
sus importaciones de alimentos. Las consecuencias serán muy
negativas.
Lo más profundo de la selva africana es su hogar. Vía Periodismo Humano.
Son fantasmas de la
nueva civilización africana. Rostros e historias que provienen de
una jungla olvidada y cada vez más acotada por el desarrollo de los
estados y el interés de las grandes multinacionales en las grandes
extensiones de tierra. Al no estar inscritos en el registro civil, no
tienen derecho a tener propiedades. Y las tierras que han habitado
sus ancestros durante más de 4.000 años, entran a formar parte del
gran mercado de la tierra en que se está convirtiendo África.
Su rica historia puede acabar desapareciendo
Los
jengi
son
víctimas directas de las políticas de venta masiva de tierra
que se están llevando a cabo en África en los últimos años. Es la
jungla quien les da vida.
Su entorno desaparece a marchas forzadas desde 2008, como
consecuencia de las pasadas subidas del precio del petróleo (y a
consecuencia el aumento del precio de los alimentos). Y las
previsiones de los
mercados a futuros, que han disparado una lucha entre los actores
financieros para acaparar tierras alrededor del mundo.
Su
situación
es y será la misma que acabará con África: las tierras
ya están vendidas. El exponencial aumento de la población ha
disparado el interés de los inversores sobre el mercado de los
alimentos. Y su medio de producción: la tierra. Los gobiernos africanos
reciben con los brazos abiertos a los inversores de China,
Arabía Saudí, o India (entre
muchos otros) que quieren equilibrar su balanza comercial, rebajando
sus importaciones de alimentos. Las consecuencias serán muy
negativas.
La selva africana se encuentra en serio proceso de deforestación.
Lo
serán para los llamados pigmeos, cuyo espacio se irá estrechando
cada vez más entorno a las principales urbes del este de África. Y
para todo el continente, donde se calcula que hasta el 80% de la
tierra subsiste gracias a la agricultura familiar. Y sin tierra, no
hay comida. Sin comida no hay vida. Y el canto polífonico de los
pigmeos, gracias al cual se transmiten su historia, dejará de oírse
en las selvas del centroafrica, por primera vez en 5.000 años. Sus
alternativas son muy pocas.
Puede echarles una mano a través de la ONG española Zercaylejos.
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