Desde finales de los 60, hay un descubrimiento que
mantiene perpleja a la comunidad científica. Se trata de la exacta
correlación entre determinados combinaciones simbólicas del
milenario I Ching, 'El
Libro de los cambios' y
la estructura del ADN; al que podríamos llamar 'El Libro de la
vida'. Su exacta correspondencia ha creado un puente entre la
filosofía china de hace cinco milenios y la ciencia moderna. Que ya
advirtieron matemáticos históricos de la talla de Gottfried
Liebnitz.
Sin embargo, este
refinado matemático renacentista no habría podido descubrir un
código oculto del I Ching, que
habría aumentado su perplejidad: la codificación de la estructura
del ADN en la lectura de uno de sus bloques de hexagramas (conjunto
de seis líneas). Fue el biólogo alemán, Ghunter S. Sent, quien
publicó en 1969, The Coming of the
Golden Age, en
el cual da cuenta sobre el resultado de sus de sus investigaciones en
relación con la congruencia observada entre ADN e I
Ching.
Tao del caos: la fusión de occidente y oriente
Todo comenzó con los descubrimientos del matemático
Wilhem Liebnitz (1646-1716) y sus investigaciones sobre la lógica
numérica. Liebintz inventó un sistema binario de aritmética que
permitía formar todos los números mediante la combinación del 0 y
el 1. La sorpresa mayúscula para éste, que sería a la postre el
padre de la computación moderna, le llegó cuando descubrió que una
singular combinación de los signos del I Ching ya adelantaba
su mismo proceso aritmético.
Sistema binario de Leibniz, documentado en 1967 y basado en un código binario como el I Ching.
Esta increíble sincronía de pensamiento, se produjo
gracias a la intercesión de un misionero jesuita residente en China,
Jean Bovet. Este religioso se percató de que fuera de la disposición
corriente de los hexagramas (bloque de seis lineas, base del I
Ching) había un método para ordenarlos llamado ''Arreglo
Cuadrado y Circular'' que permitía interpretar las líneas
individuales con un valor numérico de 0 o 1. Y su combinación tenía
un patrón exponencial, el mismo sistema de Liebnitz.
El 'Libro de los cambios' y el 'Libro de la vida'
Lo que el refinado matemático renacentista no podía
saber es que el I Ching guardaba otro secreto: la estructura
del código de la vida, el ADN. El descubridor de esta sorprendente
encriptación fue el biólogo alemán Gunther S. Stent, quien
en 1969 publica The Coming of the Golden Age en el cual da
cuenta sobre sus investigaciones sobre la congruencia entre los
hexagramas del I Ching y el ADN. Si se leían
los hexagramas en orden inverso al establecido por su creador
originario, Fu Xi, hace cinco milenios.
Las homologías entre la estructura del ADN y el texto
prehistórico chino no podían ser más exactas. El I Ching
presumía de contener las bases para explicar la consciencia y el
ADN, la información precisa para explicar la vida. Mientras la
molécula de la existencia está basada en dos hebras, sentido
(positiva) y antisentido (negativa); el clásico oriental está
basado en dos líneas Yang (positivo) y Ying (negativo). Si la cadena
de doble hélice se compone de esas dos compuestos químicos, que dan
lugar a sus cuatro componentes básicos (nucleótidos); El I Ching
se compone de dos tipos de líneas: Ying y Yang, que pueden se
móviles o estáticas, creando cuatro componentes.
El premio Nobel de bioquímica en 1969, Martín Shonberguer, aportó luz a la cuestión con su El I Ching y el código genético.
Esos cuatro componentes básicos del 'Libro de la vida' se unen en grupos de tres para formar codones (o tripletes) que contienen la información para la síntesis de las proteínas. Mientras que, igualmente, las cuatro líneas del 'Libro de la consciencia' se unen en grupos de tres para formar trigramas o actitudes. Los nucleótidos de una hebra se unen con sus complementaria, mediante dos o tres enlaces químicos, creando un triplete que contiene 6, 7, 8 o 9 enlaces. Casualmente, los mismos números rituales de las líneas del compendio chino, que guían sus funcionamiento.
Esos cuatro componentes básicos del 'Libro de la vida' se unen en grupos de tres para formar codones (o tripletes) que contienen la información para la síntesis de las proteínas. Mientras que, igualmente, las cuatro líneas del 'Libro de la consciencia' se unen en grupos de tres para formar trigramas o actitudes. Los nucleótidos de una hebra se unen con sus complementaria, mediante dos o tres enlaces químicos, creando un triplete que contiene 6, 7, 8 o 9 enlaces. Casualmente, los mismos números rituales de las líneas del compendio chino, que guían sus funcionamiento.
El alcance del I Ching podría ser mucho más
profundo
Las coincidencias llegan hasta un punto transversal:
mientras que en el ADN tiene 64 combinaciones de tres núcleotidos
(codones); en el texto ancestral hay 64 hexagramas. La precisión de
esta correspondencia entre el disco duro de la vida y este manuscrito
prehistórico se ha ido afinando durante las últimas décadas. Y sin
embargo, parece que hay más por descubrir. Diversas investigaciones
están centrándose en su posible alcance dentro del esquivo mundo
microcelular.
El libro milenario chino y la teoría de cuerdas han creado un marco común de entendimiento.
Hay también, quien está empezando a establecer lazos
entre la física de cuerdas y su ''matriz energética'' con las
estructuras lógico-simbólicas del I Ching a la búsqueda de
una secuencia de información que permita sustentar teóricamente el
paso de la energía a la materia subatómica. Para ellos, este
manuscrito de hace 5.000 años podría ser la clave para entender el
paso del mundo 'sutil' al espectro tangible de la materia. El alcance
de sus codificaciones es todavía ignoto y desconocido.
El Karma podría ser un criterio más objetivable de lo pensado
Desde los años 60,
se viene observando una disrupción
filosófica entre el sistema de filosófico del I Ching y su noción karmica con la creída estabilidad e inmutabilidad (pre-reproductiva)
del ADN. Se creía que ambos eran conceptos incompatibles; hasta que hace poco apareció en el terreno de juego la epigenética. Esta nueva disciplina (literalmente 'por encima de la genética') se encarga de estudiar los ya patentes cambios en la estructura del ADN, debido al ambiente. El código genético está en cambio perpetuo.
Se atribuye la creación del primer texto del I Ching, al emperador Fu Xi (3.000 a.c.)
Según esta nueva visión de la genética, se podría
decir que el resultado de nuestras acciones se acumula en nuestro
ADN, que a su vez moldea nuestro organismo y pensamiento. En esencia,
es el mismo concepto del Karma (si le quitamos todo su revestimiento
mitológico). Los cambios epigenéticos afectan a las expresión de
nuestros genes, neurotransmisores del cerebro y esculpe nuestra visión
de la realidad. Es, a fin de cuentas, cómo se crea el cristal a
través del que vemos el mundo.
He aquí dos buenos estudios por si quieres ampliar: I Ching, el Tao del ADN y El I Ching y la genética moderna.
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