Justo en el momento en el que parece que el desierto se expande sin límites para abarcar todo el horizonte, aparece Chicama. Una playa tallada en la génesis del desierto que se pierde en las brumas de una costa que lleva hasta el norte de Ecuador. Un lugar de peregrinaje para los amantes del surf. El hogar de la ola izquierda (que rompe en esa dirección) más larga del mundo. Una interminable sacudida del mar; que nace en mar abierto y muere 4.4 kilómetros después.
Durante años, después de la caída del Imperio Inca, existió la leyenda de una ola eterna que llevaría hasta el final de la tierra. Una creencia originada entre los primeros surferos de la humanidad, los jinetes de caballos de Totora. Que anidó en el imaginario de la primera generación de surfistas en la década de los años 50. Una búsqueda que les llevó hasta la bahía peruana de Chicama. Un lugar donde las olas parecen cortadas por un molde misterioso que nace en las profundidades del océano.
El Tao de la distancia
En la cosmovisión surfera siempre se ha asociado la idea de cabalgar las olas con el viejo hijo filósifico de Lao-Tse, el Tao. O lo que es parte de lo mismo: la capacidad para enfocar tu mente en un sólo instante; en un sólo momento puro lleno de experiencia. Muchos surferos han descrito su sensación encima de las olas como "un momento único" donde la concentración extremas les lleva a fundirse con su entorno. Es una sensación que sólo suele durar segundos que tarda una ola en romper. Pero, en Chicama esa experiencia puede durar minutos.
Imagina la sensación de fundirte con la fuerza del mar durante kilómetros enteros.
Ese es el regalo de cabalgar la ola (de izquierdas) más grande del mundo: poder auparse en una barrera de agua (que puede llegar a los 5 metros) durante más de 4 kilómetros. Es un viaje que dura minutos. Y que pone a todas las fibras de tu cuerpo a prueba. Son pocos los que tienen la condición física para aguantar los casi 180 segundos de 'vuelo' oceánico que regalan las olas de Chicama. Son pocos los que llegan a este paraíso de los suferos, perdido en el desierto andino. Y menos aún, son quienes consiguen completar todo el recorrido: desde mar adentro hasta la costa del desierto.
El sacrificio del invierno
La ola de izquierdas más larga del mundo no llega cuando el sol calienta el agua y los chiringuito sirven caipirinhas heladas, no. Llegan con el frío del invierno; cuando se produce un fenómeno conocido en inglés como Swell. Un vocablo anglosajón que vendría a definir el fuerte oleaje que se produce cuando, mar adentro, se producen tormentas y condiciones atmosféricas adversas. Lo que significa que las grandes olas de Chicama llegan cuando se producen grandes corrientes en el Pacífico. Y la playa se convierte en un desafío para el cuerpo.
Para los amantes de la tabla (que odien el frío) hay otras olas igualmente atractivas alrededor del globo. El calido país centroaméricano de El Salvador regala unas larguísimas, regadas por el calor tropical. Es el caso también de la playa de Pavones (en Costa Rica); una belleza selvática con unas olas gigantes que se pueden cabalgar durante minutos. O incluso, se puede surfear en pleno Amazonas: el Porocaca (literalmente, "el gran estruendo") es una casi interminable ola, que se genera en la desembocadura de este río.
El posible final de la gran ola
Las grandes olas de Chicama están amenazadas por el proyecto de construcción de espigón para recibir buques el cercano puerto de Malabrigo. Un dique, que de llegar a ejecutarse, interactuaria de manera negativa con el oleaje y las corrientes marítimas de la zona. Los expertos medioamientales advierten de que un muelle que reemplace al actual de Puerto Chicama actuará de manera negativa en el oleaje y en las corrientes marítimas; tal y como pasó en las vecinas playas de Huanchaco y Huanchaquito.
De llegar a concretarse este proyecto urbanístico, decreceria la legendaría ola de Chicama. "Manapé", como la llamaban los mesoaméricanos de la cultura moche, podría presenciar el final de su leyenda. Un mito que nació hace 5.000 años en las deserticas dunas del desierto peruano; cuando nació la creencia de que las larguíssimas olas que surcaban esta playa llevaban "el mundo de los dioses". Un mundo situado en los confines del mar que, los nativos de esta área, persiguieron hasta llegar a la Polinesia. Donde dejaron las 'semillas' que, años después, darían orígen al surf moderno.
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