Los guacamayos encarnan en sus
plumas los vivarachos colores de las selvas y áreas tropicales de
latinoamérica. Son la pincelada de color en movimiento que ilumina
el tapiz de la selva. Sin embargo, se encuentran en una situación en
extremo precaria: la deforestación, el comercio de aves ilegales, o
el uso de sus plumas con fínes ornamentales ha reducido
drámaticamente su población en América Latina. Con el objetivo de
frenar esa tendencia, nació el Tambopata Macaw Project; una
inciativa que busca proteger uno de sus santuarios amenazado por la
minería ilegal y la deforestación.
Esta reserva de la vida animal se encuentra en la conflictiva región de Madre De Dios: un enclave, perdido; oculto de la vista de la sociedad peruana, donde perviven algunas de las últimas tribus no-contactadas, con yacimientos incas sin identificar, áreas de selva sin cartografiar y los terribles mineros ilegales. En parte de esta área, no se atreve a entrar ni el ejército peruano. Esa ha sido sin duda la razón de que estas perseguidas aves mantuvieran su presencia en la región; mientras que se desvanecen de su hábitat en las áreas tropicales que van desde el sur de México hasta Argentina.
Las colpas de guacamayos de Tambopata
Los ríos de la selvática provincia de Madre de Dios se entrecuzan en un telar terroso en su tránsito desde los andes amazónicos hasta los bosque fluviales. Será en esas confluencia que da vida a la selva (bien cerquita de la triple frontera Brasil-Perú-Bolivia) donde los guacamayos todavía perviven holgadamente. Lo hacen agolpando sus alas de mil fuegos en las paredes de arcilla que conducen los ríos hasta el corazón de la selva. En uno de los espectaculos más bonitos y espectaculares que se pueden ver en la naturaleza.
Las colpas de guacamayos son uno de los espectáculos más bellos que se pueden encontrar en la naturaleza.
Es en ese vergel aislado de la mirada del hombre común, donde se ubica el Tambopata Macaw Project (“El proyecto de los guacamayos de Tambopata); un centro de conservación avícola, que lleva 27 años estudiando la vida de guacamayos y loros. Su estudio persigue salvar a estas increíbles aves de la extinción que se va perfilando en el horizonte. Una aniquilación que ya está llegando a diversas subespecies de guacamayos: el jacinto y el verde mayor están en serio peligro de extinción. Los más comunes: el guacamayo colorado o el papillero (azul y amarillo) están seriamente amenazados también.
Asesinato en huracán de colores
Ver una manada de guacamayos es una de las experiencias cromáticas más intensas que se pueden vivir en la naturaleza. Sus alas alargadas despiden miles de colores fugaces que se funden con los colores del mundo del río. La belleza de sus plumas es un reclamo que utilizan muchas tribus y habitantes de la Amazonia con fines comerciales; ya sea a través de la artesanía o la venta a granel. Grupos indígenas como los brasileños Paratinin o los paraguayos Karaja utilizan sus plumas para confeccionar sus tocados tradicionales.
La crueldad de los traficantes va pareja a las altas sumas que se pagan en el mercado.
La realidad futura se antoja letal para los guacamayos: las 18 especies que conforman su mundo de color y fantasía selvática están amenazadas. El grisaceo guacamayo glauco, que habitaba al nordeste de Argentina y el sur de Paraguay, se cree totalmente extinto. Otros como el carismático guacamayo jacinto alcanzan precios de entre 5.000 a 10.000 euros en el mercado negro. Los tradicionales guacamayos colorados (rojos), emblema de América Latina; y los de ala azul, son raros de ver en sus hábitats, a excepción de lugares recónditos como Tambopata.
Las colpas de guacamayos son uno de los espectáculos más bellos que se pueden encontrar en la naturaleza.
Es en ese vergel aislado de la mirada del hombre común, donde se ubica el Tambopata Macaw Project (“El proyecto de los guacamayos de Tambopata); un centro de conservación avícola, que lleva 27 años estudiando la vida de guacamayos y loros. Su estudio persigue salvar a estas increíbles aves de la extinción que se va perfilando en el horizonte. Una aniquilación que ya está llegando a diversas subespecies de guacamayos: el jacinto y el verde mayor están en serio peligro de extinción. Los más comunes: el guacamayo colorado o el papillero (azul y amarillo) están seriamente amenazados también.
Asesinato en huracán de colores
Ver una manada de guacamayos es una de las experiencias cromáticas más intensas que se pueden vivir en la naturaleza. Sus alas alargadas despiden miles de colores fugaces que se funden con los colores del mundo del río. La belleza de sus plumas es un reclamo que utilizan muchas tribus y habitantes de la Amazonia con fines comerciales; ya sea a través de la artesanía o la venta a granel. Grupos indígenas como los brasileños Paratinin o los paraguayos Karaja utilizan sus plumas para confeccionar sus tocados tradicionales.
La realidad futura se antoja letal para los guacamayos: las 18 especies que conforman su mundo de color y fantasía selvática están amenazadas. El grisaceo guacamayo glauco, que habitaba al nordeste de Argentina y el sur de Paraguay, se cree totalmente extinto. Otros como el carismático guacamayo jacinto alcanzan precios de entre 5.000 a 10.000 euros en el mercado negro. Los tradicionales guacamayos colorados (rojos), emblema de América Latina; y los de ala azul, son raros de ver en sus hábitats, a excepción de lugares recónditos como Tambopata.
Una de las principales amenazas contra las que combate el Centro de Protección de Guacamayos de Tambopata es la minería ilegal. Y la red de carreteras que se crea en el Amazonas para profundizar en la selva. Un trajín oscuro e institucionalizado cuyo máximo 'monumento' es la planeada “carretera de la muerte”, como la llaman los indígenas del sur de la Amazonia. Se trata de una autopista de 5.500 quilómetros de extensión, que buscaría unir Perú y Brasil por sus lazos territoriales con la selva esmeralda.
La carretera de la 'muerte' es un proyecto tan controvertido como potencialmente dañino para la Amazonia.
Su paso por la región fronteriza de Madre de Dios, donde se ubica este centro de protección animal, amenaza también al área con mayor densidad de tribus no contactadas del planeta. Grupos como los mascho-piros, que recién salen de su aislamiento, o los koburos del valle brasileño de Javari se verían prácticamente sentenciado su manera de vivir. Las colonias de guacamayos de Tambopata se verán también envueltos en la destrucción que acarreará la construcción de la carretera y la consecuente aparición de miles de colonos a la caza de las riquezas de la selva.
El guacamayo como especie se encuentra en una posición extremadamente difícil: la pérdida de su hábitat, la caza y el tráfico ilegal han dado lugar a la extinción local y regional de la especie en casi toda América latina. En México, ya ha desparecido el 98% de la población de esta ave, que un día tuvo la población azteca. Su población es muy baja en su antes plazas fuertes de América central: Guatemala, Belice, Honduras y Nicaragua. Un dato estremecedor: se calcula que la población total de guacamayo azul y amarillo es tan solo de 6.500 individuos en todo el mundo. Totalmente desesperanzador.
El guacamayo es un pájaro vital en el imaginario y la cosmovisión de los pueblos amazónicos.
Irónicamente, a día de hoy, quedan más guacamayos en estado de cautividad que en libertad. Son los especímenes que un día poblaron la selva con sus centelleantes plumas de colores y que hoy adornan las casas de quienes alimentaron el tráfico de animales. Personas, sin aparente mala fe, que no cayeron en que por cada guacamayo que llega a una tienda de animales, mueren 5 por el camino. La deshidratación, el hacinamiento o las malas practicas de los contrabandistas aprietan el gatillo de la extinción de una de las especies más bellas del planeta.
El último refugio de los guacamayos está cerca de la Reserva del Manú; uno de los rincones más vírgenes del globo.
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