Hay algo mágico en como el mundo de la selva y el imaginario del Amazonas se cuela entre las rendijas de las urbes latinoamericanas para rebrotar el espíritu del bosque tropical en las monótonas y lúgubres carcasas de hormigón que tan megalíticamente decoran las urbes de Latinoamérica. De repente, (y sin saber muy bién por qué) aparece un chispazo de color o un brochazo de gloria que iluminan esas superficies para convertirlas en una ventana a la selva. Eso es lo que ha pasado en recientemente en Quito (Ecuador) donde un conmovedor y gigantesco mural recuerda la luchas de las mujeres indígenas.
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