“La vida salvaje se había abierto camino hasta las alturas de la ciudad”, así recordaba Robert Hammond la imagen, que años después, le perseguiría para transformar la cenicienta piel de Nueva York. Hammond, explorador urbanita, se la había encontrado por casualidad, con asombro; como quien encuentra un tesoro fuera de contexto y no sabe como interpretarlo. Eran los restos de la antigua línea mercante de la ciudad que, suspendida en el aire, se había convertido en un bosque urbano tras dos décadas de abandono. Y que gracias al empeño de éste se salvaría de la demolición para enverdecer a la ‘jungla’ de metal.
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