En un ejercicio de arte visual, Greenpeace
(la ONG artística por excelencia) nos regala una interesante historia sobre la deforestación que produce la carne industrial que comemos día a día. Una
interesante paradoja plástica donde un niño rapiña a hurtadillas algunas sobras
de la nevera, sin ser consciente de que un monstruo (un jaguar) le espera. No
es realmente, hasta que el niño mira a los ojos del felino que ve el otro lado
de la historia: la deforestación y el abuso de los que están siendo objeto estas criaturas amazónicas. Una triste realidad que se ha acentuado desde la llegada al poder de Jairo Bolsonaro, y que amenaza en convertir al Amazonas en una savana para 2100.
El monstruo de la deforestación
La deforestación en la Amazonía ha
alcanzado niveles históricos, debido al consumo de carne (sobre todo utilizado
en la comida rápida). Los últimos 50 años han supuesto un coste de deforestación nunca visto en la historia de la humanidad, arrasando un 15% de la superficie mundial, equivalente al territorio
de España, Portugal y Francia. El último año fue el peor: la deforestación ha
llegado a límites insostenibles para el planeta. El Amazonas ha dejado de ser un pulmón para el planeta para convertirse en un emisor estacional de dióxido de carbono, tras ver recortada gran parte de su área forestal.
Y es que la ganadería es la responsable del 14.5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (tantas como emiten todos los coches, trenes, barcos y aviones juntos). Por otra parte, nos recuerda Greenpeace, “la ganadería industrial es un gran demandante de agua, pero paradójicamente es también responsable de la contaminación de los acuíferos”. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), nos encontramos también en una “crisis global de la calidad del agua”.Y es que las grandes explotaciones cárnicas que se instalana en la Amazonía no solo afectan a la deforestación sino que envenan el agua con grandes cantidades de nitrógeno.
Greenpeace: una historia social que apuesta por lo
artístico
La historia de
la ONG verde por excelencia siempre ha estado ligada al arte como vehículo para
mover a las masas. Todo empezó cuando unos jóvenes estudiantes se embarcaron a una remota isla del pacífico (Amitchka) para detener las pruebas nucleares del ejercito de USA. Eso fue hace casi medio siglo, pero el impacto visual de sus protestas
ha sido el eje que le ha convertido en la mayor ONG ambientalista con 3.2
millones de colaboradores. El pequeño cortometraje, There’s a Monter in my
kitchen, es solo una muestra más de un organización con gran pericia en lo
visual.
Greenpece nació cómo la acción directa de un grupo de jóvenes de Vancouver.
Era
1971 por aquel entonces, y este grupo de jóvenes que bebía del movimiento hippy
quería cambiar el mundo. Para hacerlo, crearon el movimiento Don’t Make a Wave;
en muchos sentidos el percursor de la actual organización. Buscaban acabar con
las pruebas nucleares a través de acciones concretas con su propio barco; un
viejo cascarón pesquero al que bautizaron “Greenpece”. Sus acciones
consiguieron llamar la atención mundial sobre la experimentación atómica y un
año después Estados Unidos anunciaba que dejaría de llevar a cabo pruebas
nucleares. Nacía el mito. Ahora casi 50 años después nos llega este delicioso corto para alertarnos de un problema no menos importante: la erosión de la selva amazónica.
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