Hassan, 'el viejo de la montaña' o como manipular mentes a través de los estupefacientes, el erotismo y los ritos
Hassan-i
Sabbah era un tipo muy listo y vil:
conseguía que otros matasen por él —y frecuentemente murieran a
sin la menor vacilación— para poder desarrollar su agenda
ideológica y sus motivaciones religiosas. Era el líder de la
conocida secta de los Haschaschin,
guerreros
legendarios, fumadores del mejor hachís de oriente y meras
marionetas en manos de Hassan, quien los recogía cuando eran
huérfanos en las callejas de Persia (actual Irán) y les lavaba el
cerebro con dosis alucinógenas de hachís y mujeres hermosas para
hacerles creer que estaban en el paraíso, y que solo volverían a él
cuando cumpliesen sus órdenes.
A Hassan se le atribuían milagros y prodigios, así como el dominio de las artes
esotéricas.
Sabbah,
era – o al menos en sus principios– un hombre religioso que se
dedicaba a desentrañar los significados ocultos que pensaba existían en El
Corán.
Como ya viene siendo habitual en la historia debió tener alguna
'revelación' que le llevó a querer dominar todo el panorama
religioso y político del Califato
Fatimí, que gobernó en el Norte de África del año 909 al 1171 .
Para ello, no dudó en secuestrar niños, drogarlos y entrenarlos
hasta el límite de la resistencia humana para convertirlos en
desechables peones con los que presionar a emperadores, reyes, reyes,
emires, califas, visires y demás hombres poderosos. Si no cumplían
los hacía asesinar. Durante 200 años, su
nombre habría de ser temido en el mundo entero.
Figuración de la fortaleza de Al-Amut
Escondido
en su fortaleza inexpugnable de Al-Amut a 2.000 metros de altitud,
Hassan reclutaba a jóvenes sin educación. Durante el día,
aprendían a matar con sigilo, a hacerse casi invisibles, a
infiltrarse en los lugares más protegidos del mundo.... y muchas
otras destrezas necesarias para ser asesinos eficaces. Sin embargo,
durante algunos noches, el 'viejo' seleccionaba a uno de sus pupilos
y los llevaba a los jardines de la fortaleza. Allí, disfrutaban de
los mejores hachíses del mundo, provenientes de Alejandría, Líbano
o Turquía, y de la compañía de hermosas damas, que danzaban
heteras bajo las velas y el humo de los narguiles, y Hassan,
utilizando la escenificación y la teatralidad, les convencía de que
habían vislumbrado un pedacito del paraíso de Alá, pero que para
ganárselo, debían seguirle en su lucha contra los postulados
ismaelitas que llegaban desde la dinastía fatimí.
Grabado árabe que representa las delicias del jardín de Sabbah.
Para
esa misión había creado la secta de los Haschaschin
como
les llamaban sus enemigos, o nazaríes como se llamaban a sí mismos.
Sabbah monopolizaba la vía de acceso al paraíso de sus seguidores,
prometiéndoles todas las delicias terrenales que pudieran soñar, si
cumplían con sus peligrosas misiones – algo que sigue de haciendo
en Oriente Medio –, consciente de que las personas eran fácilmente
influenciables, si seguía determinados pasos y utilizaba la
teatralidad, el sentimiento de pertenencia a un grupo y el chantaje
religioso como palancas.
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