Lo que más me chocó fue el silencio. Esa clase de
silencio que hay en los sitios donde nadie quiere ir. Esa era la
atmósfera del tren nocturno Varsovia-Kiev en un heladora noche de
marzo. Y esa era la empresa del segundo pasajero de mi vagón: era
mimo. De Chile. Que junto a un misterioso moldavo y yo, era toda la
población del vagón cama de segunda clase, al atravesar la frontera
ucraniana. Su mudo trabajo: ''hacer visible, lo invisible'', me ayudó
a comprender donde me estaba metiendo.
El tren se escondía furtivamente del sol mientras
atravesaba un licantrópico bosque de abedules; cuando entré en mi
compartimento del expreso a Kiev, y me encontré una figura inmóvil
mirándome. No se movía ni un ápice. Parecía de piedra. Pasaron un
par de segundos hasta que sus músculos se avivaron y me dedicó una
sonrisa. Tras las presentaciones de rigor (en inglés), llegaron
inesperadas carcajadas: ambos éramos latinos y ninguno de los dos
tenía clara la situación en Ucrania. Así, fue como conocí la
historia de Francisco Bassignana, el primer mimo-estatua del este.
''Fui
el primer mimo estático en llegar a las ex-repúblicas soviéticas.
Trabajé, sobre todo, en Polonia y Ucrania durante la segunda mitad
de los 90. Lo que me cautivó del este de Europa fue la
pasión silenciosa que se reflejaba en los ojos de sus ciudadanos
cuando me veían actuar'', explica con serenidad. Observo, con
asombro creciente, que su historia no parece fluir de sus labios;
sino de un sinfín de microgestos, que va encadenando mientras
utiliza el compartimento como escenario.
'La situación en Ucrania me evoca un grito silencioso, pero muy potente; como el del cuadro de Munch'', me explica Francisco, el mimo chileno, mientras los últimos rayos del atardecer atraviesan el fuselaje del tren. Un alarido justificado: más 6.000 personas, entre militares y civiles, han muerto en el este de Ucrania desde la sublevación prorrusa que estalló hace menos de un año. Además, de las más de cien, que perecieron ese mismo invierno durante las protestas en la plaza del Maidán.
La estrechez bolchevique del habitáculo no es
impedimento para que Francisco ponga en marcha todo su potencial
mimográfico. ''Fíjate si el arte del mimo es poderoso, que apenas
he necesitado un espacio pequeño en la calles del este para hacer
mis performances durante casi veinte años''. ''¿Brujería
del mimo?'', le pregunto con sorna. ''Nada de hechicería —
contesta con seriedad—, ''la gente se asombra ante lo que llega a
expresar un mimo entrenado. Y añade en tono criptográfico, ''a esa
búsqueda dedicó gran parte de su vida mi maestro, Marcel Marceau,
el celebre mimo parisino''.
Marcel Marceau fue considerado como el mejor mimo de la historia.
El
rey mundial de la pantomima acababa de 'colarse' en el vagón.
Marceau: soberano de los mimos, antiguo miembro de la
resistencia francesa contra los nazis y maestro del mismísimo
Michael Jackson (a quien enseño su famoso Moonwalk)
se
había materializado en el compartimento. La conjunción era
impagable: viajaba con dos profesionales del silencio (uno pasado y
otro presente) hacia un país donde se libraba un guerra muda, que
algunos negaban y muchos otros sufrían.
'La situación en Ucrania me evoca un grito silencioso, pero muy potente; como el del cuadro de Munch'', me explica Francisco, el mimo chileno, mientras los últimos rayos del atardecer atraviesan el fuselaje del tren. Un alarido justificado: más 6.000 personas, entre militares y civiles, han muerto en el este de Ucrania desde la sublevación prorrusa que estalló hace menos de un año. Además, de las más de cien, que perecieron ese mismo invierno durante las protestas en la plaza del Maidán.
Ya
es de noche cerrada. Y las eternas caladas que expectora un opulento
moldavo en el pasillo (a pesar de que no se puede fumar) se
convierten en el único signo vital en el expreso a Kiev. ''¿Qué
hace un mimo chileno tan lejos de casa?'', le pregunto. ''Llegué
atraído por la pureza de la gente del este — responde lentamente—;
tienen una inocencia perdida en Occidente''. Y después, añade:
''Uno de mis momentos cumbre como mimo, lo viví en Zakopane
(Cárpatos polacos); en un día de muchísimo frío, que entré en
trance mientras actuaba, gracias al 'calor' de la gente y al paisaje.
Fue el primer mimo-estatua de Europa del Este, donde lleva viviendo veinte años.
El tren reanuda su marcha y entramos en tierras ucranianas.
El tren reanuda su marcha y entramos en tierras ucranianas.
Las
puertas del furgón se abren par a dejar entrar a las brigadas
fronterizas del ejército ucraniano, que atraviesan el vehículo,
pertrechados de Kalashnikovs
y
expresiones de acero. ''¿Amantes del arte?'', le inquiero
desconcertado. ''Sí, tienen una mirada totalmente entrenada de la
cual muchas sociedades carecen''. Gracias, entre otros factores, a
que ''durante la época comunista, la ópera, el teatro o el ballet,
entre otros espectáculos, estaban al alcance de todas las clases
sociales'', explica.
La
luz de la mañana se cuela de estrangis
por
las cortinas del compartimento. Y Francisco tiene la cama repleta de
folletos espectáculos y galas. ''No sé por donde empezar; para
estar en medio de una guerra civil, la oferta cultural es tremenda'.
Y agrega: ''Esta gente tiene una fuerza de espíritu de la que la
vieja Europa podría enriquecerse mucho''. Pero, ''¿cómo evitar que
se 'europeíce' hasta perder su alma?'', le cuestiono. ''Ese es el
gran dilema: cómo Ucrania y la UE podrían beneficiarse mutuamente
de un proceso de integración, sin que la identidad de esta gente se
vea diluida'', opina.
Francisco
recupera su aspecto inmóvil al percibir los primeros signos de la
estación de Kiev. Parece que vuelva a estar hecho de mármol. ''El
arte del mimo consiste en hacer visible, lo invisible'', recuerdo que
me dijo cuando lo conocí. Y viéndolo allí parado como una estatua,
me pregunto cómo se verá la vida a través de los ojos de un mimo.
Afortunadamente, puedo hacerlo, viendo el cortometraje, De
Piedra. Un
corto basado en las experiencias mimográficas de Francisco en el
este, que ya ha sido galardonado en festivales de todo el mundo,
desde Monaco a Bangladesh.
El reconocido corto 'De Piedra', basado en experiencias autobiográficas de Francisco.
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