El juego por hacerse con las grandes extensiones de terrenos fértiles
ya ha comenzado. Grandes compañías, bancos, fondos de pensiones y
otros grandes depósitos de billetes están comprando largas
extensiones de terreno desde Birmanía hasta Etiopía, pasando por
América latina. En un mundo, cada vez más copado, que alcanzará
las 11.200 millones de personas (para 2100), las
tierras de cultivo se han convertido en un recurso clave. Y su
dominio, en una gran fuente de poder.
Desde
la gran crisis del maíz de 2007 (donde su precio se duplicó en un
par de meses), los grandes fondos están buscando controlar las
fuentes del mercado alimentario, y asegurarse su pico en cada parte
del proceso. El cronómetro ya está en marcha: hay 1.400 millones de
hectáreas (estimadas) fértiles en todo el mundo. Es un mercado
explosivo. Ya para el año que viene, se espera que el precio del
trigo y de la cebada aumenten un 50%, y que se duplique el del
girasol.
Los
países convulsos, en el punto de mira
Este particular rally por las tierras de cultivo tiene un destino
favorito: los estados debilitados con grandes extensiones de terreno.
Se está produciendo una explosión de compras en la debilitada Ucrania, que es un caramelo para los inversores por, entre otras
cosas, su falta de legislación, su buena productividad y el precio
tirado de sus tierras. El envite, lo pone el FMI y el Banco Mundial,
las palabras vienen de medios de comunicación que allanan el camino
para las inversiones.
''El
renacimiento de Ucrania puede comenzar con la industria agrícola; lo
único que necesitan es eliminar los obstáculos innecesarios y a
continuación, las inversiones vendrán solas”,
escribía El
New York Times.
No lo veía igual el Director de Estrategia del Okland California
Institute, dedicado a temas de seguridad alimentarial, ''el aumento
espectacular de la inversión occidental en el sector agrícola de
Ucrania, puede calificarse como la compra total del potencial
agrícola de Ucrania''.
Sin
duda, el gran implicado en esta oleada es África. Durante la última
década, ha pasado a manos occidentales terrenos con una extensión
equivalente a Camerún o Marruecos. En Tanzania, miles de
agricultores que cultivaban arroz y maíz están siendo expulsados de
extensas tierras de terreno para que corporaciones occidentales
establezcan sus plantas de biocombustible. En Etiopía, el santuario
de elefantes de Babile fue vendido en un 87% a un inversor
extranjero.
Los cultivos para la producción de biocombustibles son una de las claves para entender el gran interés de los inversores por África.
¿La
ganga del siglo? La tierra
''Son
muchos los que están dispuestos a desembolsar miles de millones para
garantizarse grandes superficies cultivables; a menudo sólo
nominalmente vírgenes, marginales o despobladas'', escribía Romano
Prodi (Ex-Presidente de la Comisión Europea). El reputado político
italiano se refería a países como Etiopía; que a pesar de tener 13
millones de hambrientos, vende sus tierras fértiles por 3€ la
hectárea, quedándose sin el suelo necesario para abastecer su
mercado interno de alimentos.
El
negocio está asegurado. Se compran las tierras tiradas, y luego se
venden los alimentos por las nubes. ¿Cómo? Gracias al efecto
multiplicador bursátil: el aumento de la población y el cambio
climático presionan los precios al alza; mientras los grandes
tiburones se guardan grandes depósitos para disminuir la oferta,
encareciendo el material que tienen a la venta. La guinda llega en
los llamados 'mercados a futuros', donde se especula cuanto costará
una materia a un tiempo vista.
En
la bolsa de Chicago, por ejemplo, ya se han vendido las cosechas de
los siete próximos años. Los precios, que marca los parqués para
los alimentos de las añadas futuras, están tan fuertemente inflados
por las expectativas de negocio de los grandes fondos de inversión,
que resultan inasequibles para los países pobres. Un informe de la
OCDE y la FAO así lo dicen, apuntando que ''los precios de lo
productos agrícolas subirán de un 20 a un 80% respecto a la década
anterior''.
La multinacional Daewoo, por ejemplo, consiguió un alquiler de la mitad de la superficie cultivable de Madagascar por 99 años y a coste cero.
¿Una nueva forma de colonianismo?
El
hambre de tierras que recorre los grandes polos económicos del
mundo, no es totalmente un nuevo ejercicio de colonianismo, sino un
gran ejercicio de acopio de recursos. Lo llaman landgrabing.
Y
es la tendencia económica que está llevando a estados y grandes
actores económicos a luchar, mapa en mano, por las grandes
extensiones de terreno. ¿El objetivo? Controlar los medios de
producción de alimentos para aislarse de la gran volatilidad que
se espera en este campo.
Esta carrera de dólares por controlar los suelos más fértiles del globo tuvo su punto de ignición en las grandes fluctuaciones del mercado de los alimentos de 2006-2008. La inseguridad alimentaria había llegado hasta los parqués occidentales, y los grandes bloques económicos reaccionaban: había comenzado la gran carrera por los alimentos. Que se vería impulsada, también, por otras causas: el cambio climático, la sobrepoblación, el aumento de la inflación o el mercado de los transgénicos.
Todos
estos factores comenzaron a impulsar el precio de los alimentos hacia
arriba en los mercados de futuros. Pero también, influenciaron otras
demandas del mercado como: la carrera hacia la producción de agrocombustibles como alternativa a los combustibles fósiles; los
subsidios previstos para el almacenamiento de carbono mediante la
plantación de bosques. Y la gran preocupación global sobre el agua
y sus fuentes de abastecimiento. La tormenta financiera perfecta.
Muchos gobiernos africanos no tienen contemplaciones con los residentes en las tierras.
El
trágico (y previsible) final
El
exponencial incremento de la demanda internacional de tierra será
una constante en el próximo siglo. Países con mucha liquidez, pero
pocas extensiones de superficies cultivables, multinacionales
agrícolas y consorcios financieros de diversa naturaleza han
empezado a adquirir o arrendar millones de hectáreas, sobre todo en
las áreas más pobladas del globo, llegando a comprar regiones
enteras de otros continentes. Sí, ¿pero cuáles serán las
consecuencias para los pobres del mundo?
Los
estados menos pudientes y con mayores extensiones de tierras fértiles
se verán tentados a ceder grandes extensiones de tierras fértiles a
cambio de cuantiosos contratos (de beneficio usual para las élites)
que menguarán gravemente su potencial agrícola. Vendidas la mayor
parte de sus tierras de cultivo, no podrán obtener los alimentos
necesarios para satisfacer su mercado interno, y tendrán que
exportar los mismos bienes (muchos que ya producían) a los precios
que dicte el mercado.
Gracias
a la inversión extranjera en estos países, se crearán empleos, se
modernizarán sus infraestructuras agrícolas que irán creando un
sector industrializado moderno y competente. Pero, la venta de
tierras interesadamente calificadas como 'vírgenes' o 'despobladas'
producirá millones desplazados a las grandes ciudades. Que acabarán poblando los cinturones de miseria y barrios de precarios que se extienden en los márgenes de las megalópolis africanas.
La suerte de África, para este siglo, podría ser convertirse en vivero de los países ricos y no poder permitirse comer.
Con información y puntos clave de Hambre de Tierras de Paolo de Castro, la Biblia de Landgrabbing.
Más material:
-El petrolazo acaba saliendo caroMás material:
-Los rios del futuro cotizarán en suculentos 'petrodólares'
-10 consecuencias muy cercanas del Cambio climático
-El ladrón de luz de Kanpur
Comentarios
Publicar un comentario