Gran parte de las selvas de todo el mundo están bajo la
amenaza de un enemigo discreto, pero implacable: las
macroplantaciones de hoja de palma. Una palmera tropical de cuyos
dátiles se obtiene un aceite vegetal, codiciado en la industria
cosmética, agroenergética y alimenticia. Pequeños agricultores y
grandes corporaciones están convirtiendo su extensivo monocultivo en
una excavadora que se come miles de hectáreas selváticas cada año
y que amenaza el equilibrio global.
Las áreas tropicales de países como Perú, Colombia, Indonesia
o Malasia son el blanco de este monocultivo. Para plantar esta palmera de origen
africano, primero hay que drenar y quemar los campos escogidos para su cultivo.
Una técnica que fulmina la biodiversidad de las tierras y que está poniendo en
jaque a la supervivencia de numerosas especies. Algo que no frena a numerosas
transnacionales y hodings en su carrera por hacerse con las fértiles
tierras indicadas para su cultivo.
Los bosques tropicales, en el ojo del tigre
Los trópicos son el área predilecta de esta palmera de origen
guineano. Es en estas áreas cerca de la línea ecuatorial, que divide el
planeta, donde este palmerido crece con gran vigor y rapidez; hasta el punto de
que miles de bosques tropicales son talados cada año para sustituirlos por su
cultivo. Es la cara oscura del gran negocio 'verde': las selvas del Amazonas o
Borneo taladas a mano de machete y sustituidas por un mar de palmeras. Que
acaban con la biodiversidad y los ecosistemas del área.
Las principales reservas de biodiversidad del mundo están cercadas por este monocultivo extensivo.
Se calcula que de seguir a este ritmo de cultivo, dentro de
15 años, el 98% de los bosques tropicales de Indonesia y Malasia habrán
desaparecido bajo el manto verduzco de los macrocultivos de palma. El Amazonas,
uno de los grandes pulmones del planeta, no se salva: más de un centenar de
miles de sus hectáreas de bosques, se han transmutado en monótonos cultivos de
palma. Lo que en Occidente se ve como un negocio verde y sostenible, bien
podría acabar devorando el manto verde del globo.
Desalojo para los locales
La demanda del aceite de palma supera su producción. Su uso
como grasa más usada en la preparación de productos alimenticios o como biocombustible la convierte en un bien
por el que luchar. En países como Colombia, por ejemplo, se vincula la demanda
de sus tierras al paramilitarismo. Los beneficios del cultivo de la palma han
propiciado una nueva alianza entre latifundistas y paramilitares para hacerse
con los terrenos para cultivar el 'olivo' del trópico.
Su gran demanda ha devuelto dinamicas del pasado a los países tropicales (expropiación, explotación...)
En África, miles de agricultores son desposeídos de sus
tierras a raíz de acuerdos entre gobiernos corruptos y transnacionales. Más de
6.000 personas, en Camerún, encontraron sus tierras ocupadas por la gigante de
las plantaciones, Scofin, que había llegado a un acuerdo de expropiación con el
gobierno (nada ventajoso para los habitantes de las tierras). Y no es el único
caso: agricultores de Liberia o Costa de Marfil son obligados por la policía a
dejar sus tierras para no volver jamás.
Un negocio 'verde' que potencia el cambio climático
Para preparar el terreno para la plantación de la palma, se
quema toda la parcela con el fin de eliminar toda la materia vegetal. Cuando el
fuego penetra en la tierra, está latente debajo de las cenizas durante semanas.
Y eso produce, usualmente, la liberación de gases nocivos como el metano,
monóoxido de carbono o el cianuro de amonio. La prestigiosa revista Nature
documentó que de 2000 a 2012 se quemaron más de 60.000 kilómetros de bosques
con este propósito.
De los mucho problemas que está provocando este monocultivo,
el más acuciante es su papel como verdugo para especies como el orangután. La
supervivencia de este primate está enteramente ligada a los bosques tropicales
de Borneo y Sumatra, ya que es un ser totalmente arbricola. La destrucción de
su habitat es la coartada perfecta para los furtivos, que llenan su jaulas,
ante la pasividad de los agricultores, que prefieran evitarse las molestias que
el trajín de este simio crea en sus cultivos.
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